Una pareja de recién casados se mudó para un barrio muy tranquilo. En la primera mañana en la casa, mientras tomaba café, la mujer reparó a través de la ventana que una vecina colgaba sábanas en el tendal.
- ¡Qué sábanas sucias está colgando en el tendal!
- Está precisando de un jabón nuevo... ¡Si yo tuviese confianza le preguntaría si ella quiere que yo le enseñe a lavar las ropas!-
El marido miró y quedó callado.
Algunos días después, nuevamente, durante el desayuno, la vecina colgaba sábanas en el tendal y la mujer comentó con el marido:
- ¡Nuestra vecina continúa colgando las sábanas sucias! ¡Si yo tuviese intimidad le preguntaría si ella quiere que yo le enseñe a lavar ropas!
Y así, cada dos o tres días, la mujer repetía su discurso, mientras la vecina colgaba sus ropas en el tendal.
Había pasado un mes, la mujer se sorprendió al ver las sábanas siendo tendidas, y entusiasmada fue a decir al marido.
-¡Mira, ella aprendió a lavar las ropas! ¿Será que la otra vecina le enseñó...? Porque yo no hice nada…
El marido calmosamente respondió:
-¡No, hoy yo me levanté más temprano y lavé los cristales de nuestra ventana! -
Y así es. Todo depende de la ventana, a través de la cual observamos los hechos. Antes de criticar, verifiquemos si hicimos alguna cosa para contribuir. Verifiquemos nuestros propios defectos y limitaciones. ¿Qué tal lavar nuestros vidrios y abrir nuestra ventana?
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viernes, 12 de noviembre de 2010
EXPERIENCIA DE VIDA
En Alaska uno de los deportes más tradicionales es la tala de árboles.Un joven quería convertirse en un gran leñador. Desde pequeño, oyó hablar del mejor talador de la zona.Aquel hombre, a quien todavía no conocía, se había convertido, en sueños, en su ídolo.Cierto día, caminando por un bosque, tuvo la oportunidad de conocerlo. Acercándose lentamente y con disimulada admiración, el joven le dijo:- “Quiero ser su discípulo. Desde siempre quise aprender a cortar árboles como lo hace usted. ¿Puedo ser su alumno?” El leñador aceptó y durante algún tiempo le enseñó pacientemente.
A los pocos meses, el joven creyó que ya había aprendido todas las lecciones posibles, e, incluso, que había superado a su maestro. Al ser muchos años menor, se sentía vital, con más fuerza y más agilidad, por lo que dejó las enseñanzas del leñador. Llegado el próximo invierno, el joven se apresuró a inscribirse en el certamen de leñadores. Y para su sorpresa, el único rival iba a ser… su maestro. Ambos aceptaron el desafío. Sería una competencia de varias horas para saber cuál de los dos era el más hábil para cortar la mayor cantidad de árboles. El joven comenzó a cortar con sumo vigor; entre árbol y árbol, observaba a lo lejos a su maestro, que permanecía sentado la mayor parte del tiempo. El joven volvía a su tarea, seguro de vencerlo. Al finalizar el día, el juez hizo el recuento de árboles, y, para gran sorpresa del aprendiz de leñador, el maestro había cortado mayor cantidad. - “Esto no puede ser. Debe haber un error. ¡Siempre que lo miré estaba descansando!, dijo el joven, sin ocultar su furia. - “Te equivocas, hijo” -respondió el maestro leñador-; “No estaba descansando, sino afilando mi hacha. Esa es la razón por la que tú has perdido”.
Moraleja: aprovecha las lecciones de la experiencia. La experiencia no es sólo lo que has conseguido, sino lo que has aprendido.
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A los pocos meses, el joven creyó que ya había aprendido todas las lecciones posibles, e, incluso, que había superado a su maestro. Al ser muchos años menor, se sentía vital, con más fuerza y más agilidad, por lo que dejó las enseñanzas del leñador. Llegado el próximo invierno, el joven se apresuró a inscribirse en el certamen de leñadores. Y para su sorpresa, el único rival iba a ser… su maestro. Ambos aceptaron el desafío. Sería una competencia de varias horas para saber cuál de los dos era el más hábil para cortar la mayor cantidad de árboles. El joven comenzó a cortar con sumo vigor; entre árbol y árbol, observaba a lo lejos a su maestro, que permanecía sentado la mayor parte del tiempo. El joven volvía a su tarea, seguro de vencerlo. Al finalizar el día, el juez hizo el recuento de árboles, y, para gran sorpresa del aprendiz de leñador, el maestro había cortado mayor cantidad. - “Esto no puede ser. Debe haber un error. ¡Siempre que lo miré estaba descansando!, dijo el joven, sin ocultar su furia. - “Te equivocas, hijo” -respondió el maestro leñador-; “No estaba descansando, sino afilando mi hacha. Esa es la razón por la que tú has perdido”.
Moraleja: aprovecha las lecciones de la experiencia. La experiencia no es sólo lo que has conseguido, sino lo que has aprendido.
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